Grandes hitos de la ciencia de este 2022
Ya quedan pocos días para despedir el año, es tiempo de recordar todo lo acontecido en 2022 y, por supuesto, la ciencia merece también un repaso en este sentido. Y es que no son pocos los hechos destacables sucedidos durante los últimos doce meses que han tenido, como denominador común, a la comunidad científica, apoyada en multitud de casos por la de la ingeniería en sus múltiples ramas. Y aunque en otros aspectos 2022 ha sido un año para olvidar, en este lo cierto es que tenemos razones para sentirnos satisfechos
Un aspecto muy interesante es que después de lustros en los que la exploración espacial parecía relegada al fondo del armario, la situación ha cambiado sustancialmente, al punto de que solo durante 2022 podemos señalar tres hitos especialmente relevantes, algo que a quienes desde pequeños soñábamos con ser astronautas, y algo de ello se nos ha quedado en la edad adulta, nos supone una enorme alegría.
Pero bueno, no voy a adelantar más, en su lugar, te invito a que repasemos algunos de los grandes hitos de la ciencia que se han alcanzado a lo largo de los últimos doce meses y, por supuesto, si echas alguno de menos, te invito a que nos lo digas en los comentarios.
Defensa planetaria
El género de la ciencia ficción lleva media vida enfrentándonos a la posibilidad de que un meteorito pueda acabar con la vida en nuestro planeta, pero lo cierto es que no tenemos que irnos a la ficción para ver que esa amenaza es más que tal. Desde el bólido de Tunguska hasta el monstruoso meteorito de más de diez kilómetros de diámetro que impactó en la Península del Yucatán hace 66 millones de años y que marcó el fin de los dinosaurios, la historia de nuestro planeta está plagada de incidentes de este tipo.
Después de muchos años planteando posibles sistemas para protegernos de este tipo de amenazas, finalmente un proyecto que nace de la colaboración de diversas agencias espaciales ha dado un gran paso adelante. Me refiero, claro, al proyecto DART, que pretende comprobar si es posible modificar la órbita de un meteorito que tenga curso de colisión con nuestro planeta, pero que todavía se encuentre a una gran distancia. Y es que cuanto más lejos esté, mayor efecto tendrá una mínima corrección en su rumbo.
Tras un viaje de alrededor de diez meses, el colisionador alcanzó Dimorphos, un meteoroide de un sistema binario (compuesto por dos cuerpos), con el fin de comprobar el efecto de dicha colisión en ambos. Y dos semanas después la NASA confirmó que el éxito era absolutola NASA confirmó que el éxito era absoluto, que el defecto fue incluso mayor de lo esperado, en base a las lecturas iniciales. Todavía tendremos que esperar un tiempo hasta la ejecución de HERA, de la Agencia Espacial Europea, que realizará un análisis al detalle de los efectos de la colisión de DART pero, incluso a falta de dicha información, por primera vez en la historia de nuestro planeta ya podemos afirmar que contamos con un sistema de defensa frente a meteoritos, y sin necesidad de que Bruce Willis ser juegue el tipo. Y sí, estamos de acuerdo en que Willis es más molón, pero en estas cosas me fío más de la ciencia.
El James Webb ya observa el espacio… y el pasado
Han tenido que pasar décadas desde que naciera el proyecto, clave para la ciencia, de un telescopio espacial llamado a sustituir al incombustible Hubble, que hace honor de aquello de que los viejos rockeros nunca mueren. El pasado mes de julio finalizaba una más que larga espera y el telescopio nos mostraba, con cinco hipnóticas imágenes, que tanto el tiempo como la inversión merecieron la pena. Y eso era solo el principio, poco después recibimos imágenes de una nebulosa y de Júpiter y, de manera más reciente, nos ha acercado a los Pilares de la Creación», superando con creces la ya formidable imagen de los mismos que pudimos ver gracias al Hubble, o el nacimiento de una estrella.
Ahora, con los dos telescopios espaciales operativos, la comunidad científica dispone de unas herramientas excepcionales que nos permiten retroceder en el tiempo, observando eventos que tuvieron lugar hace más millones de años de los que somos capaces de interpretar, gracias a una combinación de las bastas distancias de nuestro Universo y de la distinta velocidad de propagación de las ondas en función de su frecuencia en el espectro. El James Webb cuenta, como ya sabes, con instrumentos para capturas esas señales «más lentas» y no visibles por el ojo humano que, al ser captadas y analizadas, nos ofrecen información de primera mano de tiempos y distancias muy, muy remotas.
Todo apunta a que el Hubble ya no tardará demasiado tiempo en alcanzar la jubilación, en los últimos tiempos, y especialmente el año pasado, estuvo fuera de servicio en dos ocasiones por diversos fallos. Habría sido incomprensible que llegara ese momento sin que contáramos con un reemplazo capaz de mantener el pabellón a la altura a la que lo ha dejado. Afortunadamente, eso ha quedado solucionado este año.
La senda a la Luna, y a Marte
Eugene Cernan, comandante de la misión Apolo 17, se despidió de la superficie de la Luna el 14 de diciembre de 1972, hace diez días se cumplieron 50 años desde aquel momento. Aunque inicialmente el programa Apolo contemplaba más misiones, el gobierno federal estadounidense decidió recortar los fondos haciendo que fuera el último ser humano en pisar la Luna. Desde entonces se han producido algunos hitos importantes, como el lanzamiento de las sondas para explorar planetas y la construcción de infraestructuras como la Estación Espacial Internacional.
Sin embargo, lo más lejos que ha llegado el ser humano, desde entonces, es a la órbita de la Tierra. Los sueños de exploración interplanetaria quedaron desterrados y, por momentos, parecía que el único interés en el espacio venía por la faceta de la explotación comercial del mismo, con enjambres de satélites que prestan servicios de lo más diverso. Y sí, es cierto que las sondas han supuesto una gran aportación a la ciencia, pero la lista engrosada por nombres como Leif Erikson, Cristobal Colón, Juan Sebastián Elcano, Roald Amundsen y Neil Armstrong, entre otros, reclama desde hace tiempo nuevos exploradores, que el ser humano sea capaz de llegar más lejos.
Para satisfacer esa necesidad nació el programa Artemis, durante la administración Trump (sí, soy bastante crítico con el expresidente, pero tampoco tengo problema alguno en reconocer las cosas que hizo bien). ¿Su objetivo? Volver a llevar al ser humano a la superficie de la Luna durante esta década y, si la tecnología lo permite, pisar por primera vez Marte en algún momento de la década que viene. Es complicado, claro, pero no imposible, y como dijo el padre del programa espacial estadounidense, J. F. Kennedy, en el mítico discurso del 12 de septiembre de 1962, «We choose to go to the moon in this decade and do the other things, not because they are easy, but because they are hard«. Siete años más tarde, el 20 de julio de 1969, Neil Armstrong y Edwin Eugene «Buzz» Aldrin Jr. pisaban la superficie lunar.
Al igual que en el caso del James Webb, la primera misión de este programa ha sufrido múltiples retrasos, los últimos ocasionados por el SLS, el vehículo de lanzamiento de la NASA. Afortunadamente los problemas se solventaron y el pasado 16 de noviembre se produjo el lanzamiento de la misión Artemis I, que retornó a nuestro planeta el 11 de diciembre (puedes ver un resumen de la misión aquí). Así, después de más de medio siglo desde la última vez, el ser humano mira hacia la Luna con la firma intención de volver a pisarla.
Fusión nuclear, aún lejos, pero más cerca
Son dos, en tan solo un año, los avances en relación con uno de los objetivos más ambiciosos de la ciencia en lo referido a la obtención de energía. Primero, en agosto, se confirmó algo que ya se había apuntado un año antes: se había alcanzado lo que se denomina ignición, que no es otra cosa que la capacidad de la reacción en sí misma para ser autosuficiente. Y es que debemos recordar que uno de los principales objetivos de los investigadores es que, en el proceso, se libere más energía de la que es necesario emplear para generar y mantener la reacción.
De manera muy reciente, hace tan solo diez días, se logró otro hito, precisamente relacionado con lo que acabo de indicar, cuando investigadores estadounidenses afirmaron haber obtenido ganancia de energía neta, es decir, que la energía empleada para que se produzca la fusión es inferior a la que se libera en dicho proceso.
Posteriormente, algunos investigadores han afirmado que tal ganancia no es tal si se tienen en cuenta todos los elementos empleados en el proceso y, claro, el consumo energético de los mismos. Sin embargo, y pese a ello, supone un importante avance que nos acerca un poco más a un futuro más limpio.
Un humano recibe un corazón de cerdo
Empezábamos el año con una noticia excepcional, EE.UU. completaba con éxito el primer trasplante de corazón de cerdo a un humano. El hito fue logrado por un equipo de cirujanos de la Facultad de Medicina de la Universidad de Maryland y, tras varios días de observación, se pudo confirmar que el sistema inmunitario del paciente no rechazaba el nuevo órgano. El corazón había sido sometido a varias modificaciones genéticas para intentar adaptarlo a las necesidades de un ser humano.
El receptor del trasplante, David Bennett, de 57 años, padecía una enfermedad cardiaca en estado terminal y no era candidato para recibir un trasplante de un corazón humano, por lo que, como él mismo dijo, «Era morir o someterme a este trasplante. Quiero vivir. Sé que es un disparo en la oscuridad, pero es mi última opción«.
Desgraciadamente, Bennett falleció dos meses después de la cirugía, si bien es cierto que en ningún momento apareció señal alguna que apuntara a un rechazo. Los científicos han estado trabajando desde entonces para intentar encontrar la razón del fallecimiento, aunque la principal teoría es que el corazón de un ser humano experimenta mayor esfuerzo que el de un cerdo, principalmente debido a que somos bípedos, frente a los cerdos, que son cuadrúpedos. No obstante, este hito marca, para la ciencia y para la humanidad, el principio de lo que podría ser la solución definitiva al principal problema de los trasplantes, la falta de órganos.
Jaque (todavía no mate) a la esclerosis múltiple
Hay pocas cosas más subjetivas que elegir que qué enfermedades son las peores. Es más, se me ha ocurrido preguntárselo a ChatGPT y, como siempre que empieza su respuesta con un «Es difícil determinar«, al final no se ha «mojado». Ahora bien, creo que todos podemos estar de acuerdo en que hay algunos nombres que, solo con ser meci0nados, ya nos ponen la piel de gallina y, sin duda, esclerosis es uno de ellos. Y aunque evidentemente no es lo mismo una esclerosis múltiple (EM) que una esclerosis lateral amiotrófica, en todos los casos hablamos de enfermedades que pueden resultar altamente incapacitantes. Y, por lo tanto, cualquier avance en su lucha es una noticia excepcional.
Pues bien, el pasado mes de marzo supimos, como informaba la Agencia SINC, que la ciencia finalmente había sido capaz de confirmar una relación, ya sospechada con anterioridad, entre la esclerosis múltiple y el virus de Epstein Barr, un «desconocido» para el gran público, pero responsable, entre otras, de la mononucleosis. Y sí, digo que entre otras porque, de un tiempo a esta parte, se ha convertido en un sospechoso habitual, pues podría encontrarse detrás de otras enfermedades.
El estudio (o podemos decir macroestudio, pues se ha prolongado durante más de dos décadas y, al ser llevado a cabo con la colaboración del ejército estadounidense, ha podido contar con nada menos que diez millones de soldados, y un total de 62 millones de muestras) confirma que la presencia del virus es imprescindible (aunque no la única causa) para desarrollar esclerosis lateral.
Esto, claro, no marca el final de la esclerosis múltiple, pero sí que pone en el punto de mira a un factor imprescindible para la misma y, por lo tanto, a un enemigo a abatir. Ahora, las posibilidades de una vacuna y/o de retrovirales está un poco más cerca, y un paso de este tipo, aunque pueda parecer pequeño a la vista del sendero que todavía queda por recorrer, en realidad es un gran paso.
En resumen, 2022 ha sido un gran año para la ciencia, así que ahora solo nos queda brindar por los éxitos pasados, deseando que 2023 sea, al menos en lo referido a la ciencia, igual o mejor que el año que despediremos en unos días.